Aún no hemos empezado las clases y este fin de semana lo hemos pasado en un casa rural delante del mar, en el pueblo de Timbouda. La costa mediterránea de Marruecos es preciosa y es prácticamente virgen. Debido al aislamiento histórico de la región las playas han permanecido casi vírgenes. Me pregunto durante cuánto tiempo más…De hecho algunas empresas constructoras españolas ya le han echado el ojo al negocio y se prevé un desarrollo de la zona, impulsada por el rey Mohamed VI, tipo España años 60.
La casa en la que pasamos el fin de semana es típica marroquí: con un patio interior donde se hace vida social y a la cual nosotros le sacamos mucho provecho: los desayunos, los tés a media tarde, las cenas con cuscús y las tertulias posteriores eran allí. Dormíamos todos en el piso de arriba, en un par de habitaciones, sobre colchones extendidos sobre el suelo uno pegado al otro, en plan casa de colonias.
El sábado por la mañana visitamos un par de calas solitarias y un cabo con unas vistas del Mediterráneo increíbles. Pensar que allá a lo lejos, a pocas horas en barca está la Europa por la que suspiran tantos emigrantes…
El sábado por la noche, Octavi, Seca y yo, nos bañamos en el mar. Grave error, pues el balance fue que perdí mi reloj en el Mediterráneo y pisé un erizo. Mi pequeño accidente marítimo se convirtió en el evento de la noche: se improvisó un quirófano con el doctor Simo al mando, apoyado por las enfermeras Paula y Octavi. Un paparazzi, Tes, nos pilló y realizó un amplio reportaje fotográfico del que tenéis una muestra.
El domingo visitamos otra calita, que me recordó mucho a las que hay en Port de la Selva, en el norte de la Costa Brava. El agua estaba fría pero limpísima y éramos los únicos visitantes. Volvimos temprano a la casa para preparar las cosas e irnos temprano de vuelta a Nador.
Justo antes de marcharnos se improvisó una fiesta y acabamos todos bailando ritmos marroquíes con la familia que nos acogía, gente majísima.
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